Soy responsable del conflicto colombiano

Amor mío:

Esta seguro será una de las cartas más importantes que te escriba porque mañana es uno de los días más trascendentales y esperanzadores de mi vida. Los colombianos votaremos en el plebiscito por los acuerdos de paz que negociaron las FARC y el gobierno en La Habana. Pareciera que la guerra -al menos la de las armas y en el papel- tiene los días contados.

Todavía no puedo creer que tenga la dicha de hablarte de la paz, mi linda Paz, mientras te sostengo en mis brazos apretadita, te veo dormir y me imagino lo diferente que puede ser tu futuro -y el de almas de luz que como tú acaban de llegar al mundo- en nuestra casa tricolor. Casa que lleva más de medio siglo manchada por la violencia y que hoy tiene la posibilidad de silenciar las armas.

El camino que queda es largo, pero no sabes la ilusión que me produce pensar que tú y yo podemos contribuir para acortarlo. Tú, tienes la ventaja de empezar de cero, mientras que yo, tengo que arrancar un proceso de reconciliación y reivindicación. Este, es un proceso que muchos, equivocadamente, piensan que pertenece sólo al Estado y a los grupos armados, y que consideran que para haber contribuido a la perpetuación del conflicto, se tuvieron que haber alzado en armas, olvidándose así de las veces que se beneficiaron de la ilegalidad o de las que le faltaron a la justicia social.

Yo, por el contrario y a pesar de ni siquiera haber participado en una guerra de paintball, siempre me he sentido responsable del conflicto. Entiendo perfectamente que hacer algo ilegal, no es solo traficar droga o lavar dinero y que no se es violento solo cuándo se mata a alguien.

Y aunque hace un rato largo empecé a dar pasos hacia mi reivindicación, sólo hace diez meses y medio, sentí tener la oportunidad más real de contribuir a la construcción de la paz: siendo mamá.

A través de ti, mi bonita Paz, podré revertir las faltas que cometí en el pasado y las que sin duda han hecho parte de la guerra que se vive hace más de medio siglo en el país del que eres mitad tú y cien porciento yo.

Primero, te enseñaré la verdadera historia de nuestra casa tricolor evitando así que recites la del relato construido por un Estado que nos ha fallado a todos, y que en repetidas ocasiones, ha intentado, a como dé lugar, instaurar el miedo en nuestra sociedad.

Te motivaré para que protestes pacíficamente cuando te encuentres de frente la injusticia. Te invitaré a que no repitas lo que hice yo, cuando no fui capaz de reclamarle a mi familia el tono en el que le habló a la mujer que mantenía nuestra casa impecable y nuestra comida servida, ó cuando permití que esa misma persona dedicada a nosotros, jamás fuese invitada a comer en la mesa.

Era chica, pero no hice nada para evitar que invisibilizaran a un ser humano con quien siempre estaré en deuda por esa falta tan grave.

Tampoco moví un dedo cuando se ahorraba dinero a costa del servicio de otros, ó cuando se le pedía rebaja a un artesano, a un constructor, a un vendedor callejero… ¡Como si uno estuviese dispuesto a rebajar el costo de sus horas de trabajo!

Haré todo lo que esté en mis manos para que no normalices un contexto anormal. No es normal que los ciudadanos de un país se midan por estratos, no es normal que un número y un barrio nos defina y, mucho menos, que nos refiramos a los más acomodados como «familias bien». No te puedo negar que me llena de ira y me hace pensar, si no somos de bien, ¿que somos el resto? Tampoco es normal nuestra incapacidad de respetar el discurso ajeno; no sabes la cantidad de veces que no supe hacerlo y lo que me pesa. Esto seguramente ha contribuido a que mueran cientos de defensores de los derechos humanos y periodistas y, a que a esta altura, no tengamos la libertad real de elegir a qué partido político pertenecer; morimos de miedo.

Es muy anormal, mi vida, que en un país, el 1% de las personas más ricas reciban más del 20% de su ingreso total y que además, el aproximadamente 70% de la tierra esté en manos del 13% de los propietarios. Es tal vez más anormal aún, que en éste siglo, exista gente que se atreva a llamar “campesinos” -de manera denigrante por supuesto- a quienes no saben nada y viven en el campo alejados del “desarrollo”, e “indios” a quienes consideran incultos, toscos y ordinarios. Esto no es solo arribista y sin sentido, es absolutamente injusto. Son precisamente los campesinos y los indígenas quienes verdaderamente han pateado la guerra, producen el 70% de los alimentos que consumimos y son mucho más sabios y civilizados de lo que somos el resto.

Podría seguir contándote como los mismos colombianos y colombianas hemos dejado a otros compatriotas sin opciones, sin proyectos de vida, haciéndonos los ciegos, ignorando nuestra Colombia rural y empujándolos así muchas veces a la guerra. Sin embargo, me parece suficiente este pasabocas amargo; al fin y al cabo, esta carta solo tiene como objetivo que entiendas que mamá también es responsable del conflicto porque no protestó, no se cuestionó, y no tomó acción ante la exclusión social, económica y política de tantos. Mi anteojera solo me permitió seguir las opiniones y decisiones políticas de los abuelos. Así que espero prepararte para que seas capaz de hacer lo contrario sin importar quién esté al frente.

Si mañana, somos lo suficientemente compasivos, justos y valientes, la mayoría iremos a las urnas para darnos una nueva oportunidad. Cierto, es solo un papel; sin embargo, ese pequeño paso es el primero para empezar a construir una sociedad más justa y, ojalá, solucionar las causas estructurales de esta guerra.

Te amo con locura mi Paz. Arranca tu vida con el pie derecho, haciéndole honor a tu nombre y recordándonos a papá y a mí que en el 2016, tal como lo soñamos, llegaron a nuestras vidas dos paces: la de mi país y tú, la que nos recuerda que debemos ser mejores personas cada día.

Tengo el presentimiento de que eres un ser especial que podrá marcar la diferencia en nuestra casa tricolor y en el mundo.

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Soy escritora

¡Hola, soy Pao!

Soy escritora, madre de tres Mariposas, y defensora de una revolución educativa. Me dedico a compartir mi camino, conocimiento y escritura para que otras madres despierten y aprendan a ser y cultivar almas realmente felices.

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Ahora entiendo que la historia de Mariposas empezó alrededor de mis treinta años. En ese momento, ya había marcado muchas de las casillas que soñé con alcanzar en la vida. Yo juraba que era feliz. Sin embargo, poco después, me di cuenta de que había perdido el horizonte, no entendía el significado de la felicidad genuina y, por tanto, me resultaba imposible enseñarles a mis hijas a experimentarla.