Este lugar es sagrado. Aquí nos juntamos las madres que vivíamos de prisa, con agendas abrumadoras, y el cortisol a tope. Nos encontramos aquellas que, sin darnos cuenta, nos volvimos esclavas del estatus, la cuenta bancaria, las casas, las inversiones, los títulos y los diplomas. Aquí nos enfrentamos a nuestra propia arrogancia para finalmente reconocer que nuestros hijos son nuestros más grandes maestros. Reflexionamos las madres que, por un momento, nos comimos el cuento del éxito y encaminamos a nuestros pequeños, con la mejor de las intenciones, en una carrera frenética y agotadora.

Aprendemos las que no teníamos ni la menor idea de lo que significaba el arte de vivir y, por ende, no sabíamos cómo cultivar almas verdaderamente felices. Pero, sobre todo, nos sentamos a escribir, a leernos y a escucharnos en las historias de las demás. Anímate a compartir la tuya. ¡Muero por conocerla!