Conoce Mariposas

¿Quieres criar niños REALMENTE felices que…:

Sean leales a su verdadero ser,
Se mantengan conectados con sus pasiones, y Naveguen la vida en paz
Incluso en momentos difíciles?

Entonces quizás quieras quedarte a leer esta historia...

Soy Pao, fundadora de Mariposas, y te voy a contar cómo me di cuenta de que, al seguir patrones de educación tradicionales, estaba cultivando almas infelices y vacías. Te compartiré también cómo, al embarcarme en un viaje de autorreflexión y descubrimiento personal, y encontrar herramientas basadas en la sabiduría espiritual y la ciencia, pude convertirme en la guía y compañera que mis hijas necesitaban para alcanzar todo su potencial y vivir una vida verdaderamente feliz.

Todo comenzó alrededor de mis treinta años. Había marcado muchas de las casillas que soñé con alcanzar en la vida. Tenía a Loren, un compañero con muchos sueños alcanzados y un padre que no falta ni una noche a la cita de lectura con sus niñas. Dos hijas con quienes vivía en la casa de mis sueños. Mi currículo tenía el sello de una de las mejores universidades del mundo y tenía un trabajo que me desafiaba intelectualmente, me aseguraba un cheque mensual y unas cuantas vacaciones al año. Hasta había realizado algunas inversiones y ahorros para mi jubilación. Mi futuro estaba asegurado.

Mis hijas tenían una habitación que parecía sacada de una revista y juguetes que ni siquiera imaginé que existían. Paz, mi hija mayor, iba al colegio de mis sueños y, a Paulina la cuidaba un ángel de mujer mientras yo trabajaba. No teníamos a nuestra familia cerca, pero si contábamos con un ejército de amigos incondicionales con quienes la vida es una fiesta.

Todo marchaba bien; juraba que era feliz.

Hasta un día en el que Loren y yo, corriendo para llegar a tiempo a la oficina, sentamos a Paz en la mesa literalmente dormida. Mientras yo le aproximo la cuchara con comida rápidamente a su boca, Loren le pone las botas de nieve y el abrigo. Minutos después le grito desde el auto, como todas las mañanas: “No olvides meter la cabeza en la tierra”. Ella, a diferencia de otros días, no responde. Su silencio, su mirada perdida y ojos vidriosos reemplazaron las carcajadas diarias e interrumpieron para siempre el estado de dicha en el que yo creía que vivía.

Discuto con Loren en el auto. Cancelo un almuerzo. Apago mi teléfono. Camino entre calles grises y zombis cabizbajos atrapados en una realidad paralela. La película de mi vida pasa ante mis ojos. Me veo cuestionándome a mí misma y escucho las voces externas que han influenciado mis decisiones. Observo las creencias de una sociedad que valora la rapidez, la eficiencia, la competencia, la obediencia. Me arrepiento de las veces en las que acudí a estrategias cortoplacistas que tienden a dejar heridas difíciles de cicatrizar. Escucho claramente las voces externas que sembraron dudas en mi mente. Entiendo como la abundancia exterior tapó las heridas sin sanar las que Loren y yo queríamos escapar.

Me reconozco en quien se convierte en un esclavo de la estabilidad económica y el estatus; soportando largas jornadas de trabajo sin pasión por lo que hace. Aquel que carga a su pareja con la responsabilidad de su felicidad y no sabe cómo amarse a sí mismo. Aquel que prioriza lo que la sociedad valora y se aleja de lo que nutre. Veo en mí el arrogante que cree que se convierte en padre o madre para criar hijos “exitosos” e ignora que son ellos los maestros que vienen a desafiarlo y enseñárnoslo todo. Siento el miedo a la escasez que inconscientemente nos siembran desde pequeños y nos convierte en buitres y chacales que desconocen el valor de construir en comunidad. 

Había perdido el horizonte, no entendía el significado de ser realmente feliz y, por tanto, me resultaba imposible enseñar a mis hijas a serlo.

Me enfrento a dos alternativas. ¿Sigo viviendo en piloto automático? ¿O cuestiono creencias y patrones arraigados, aprendo el arte de la felicidad y les doy a mis hijas las herramientas que necesitan para convertirse en pequeñas almas VERDADERAMENTE felices y despiertas?

Por supuesto, elijo el camino menos transitado. Elijo la conciencia; Elijo DES-PER-TAR.

Comienzo terapia. Dedico horas a libros que nunca consideré leer. Despierto con los pájaros a meditar y a hacer ejercicio. Estudio el arte de la felicidad. Abrazo la incertidumbre, dejo de luchar contra la realidad y, por primera vez, siento compasión genuina por los demás. Reconecto con la espiritualidad que había dejado de lado al confundirla con la religión. Escribo, leo, bailo, pinto, canto, revivo. Mi mente deja de divagar la mayor parte del tiempo entre el pasado y el futuro. Estoy presente lo que más puedo y así, poco a poco, todos los momentos se vuelven sagrados.

Pero la vida me presenta otra prueba…

Nos mudamos a una isla en el medio del Caribe. La oferta escolar es mínima, así que inscribimos a Paz y Paulina en el colegio que nos recomienda la mayoría. Al llegar, se encuentran con salones coloridos, bloques de construcción, pupitres alineados y pantallas gigantes en las que ven televisión mientras almuerzan. La coordinadora tiene motivos para caminar con la cabeza en alto. El laboratorio de innovación, los estudios de arte, música y danza, la piscina olímpica y la biblioteca están al nivel de una universidad de la Ivy League.

Algo no se siente bien.

Paz me confirma que nuevamente le fallé a mi intuición. Un día, llorando desconsoladamente, me dice: “Mamá, tú nos dijiste que jugar era aprender y yo no juego; no descanso. Tengo miedo de que me manden a la oficina del director y de oír a mi hermana llorar en el salón del lado”. No solo he ignorado mi intuición, sino que también he decepcionado a mis hijas. 

Sin darme cuenta, estaba encaminando a mis pequeñas, mi más grande tesoro, hacia la carrera de ratas de la que yo estaba logrando escapar. Pero ellas, mis Mariposas, mis maestras, renuncian a la agenda apretada, “avanzada” y acelerada. Rechazan los exámenes estandarizados y las notas que supuestamente definen su inteligencia. Optan escapar de las piernas entumecidas después de pasar seis horas en un escritorio, y a restringirse a solo media hora de aire puro que respiran durante su jornada escolar.

Embarco en un viaje aún más profundo que el anterior. Veo con extrema nitidez el regalo que se esconde detrás de este dolor. Me observo, sano y transformo. Tomo decisiones y acciones mucho más conscientes y alineadas con mi esencia. Ahora, mis creencias, comportamientos y opiniones, me pertenecen. Mi vida interior y exterior se empiezan a sincronizar. Yo cambio; todo cambia. Por primera vez en mi vida, experimento felicidad y paz verdadera, lo que me permite darle a mis Mariposas la posibilidad de experimentarlo también.

Después de haber vivido dormida por más de treinta años y de haber estado cerca de criar a mis hijas como un molde más, cambio radicalmente. Paloma, mi hija menor, tiene la fortuna de nacer en un hogar diferente.

Finalmente, me convierto en la madre que toma conciencia de su información heredada y decide transformarla de manera radical. Renuncio a que creerme víctima de la sociedad, familia e historia, y asumo la responsabilidad. Abandono las creencias limitantes, los patrones dañinos, y a la brújula que una vez fue mi guía en la vida. Soy una madre que por fin puede observarse y negarse a vivir el camino de otro. La mujer que rompe ciclos y se atreve a desafiar las formas tradicionales de educar. Finalmente estoy tan conectada con mi ser y tan en paz que puedo transmitirla a los demás. Soy la madre que invierte su energía en enseñar cómo ser realmente feliz en vez de tablas de multiplicar.

Mi historia me lleva a ti y a todas las madres que hemos caído en la trampa del mundo contemporáneo y hemos decido DES-PER-TAR. Mi mayor deseo es que mis cartas, historias, y herramientas prácticas basadas en la ciencia y la sabiduría, te inspiren a vivir una vida en paz y a cultivar almas verdaderamente felices.

¡Bienvenida a Mariposas!

Pao